miércoles, septiembre 05, 2012

Amor, muerte, vida, el aprendizaje eterno.

Consumí mi vida buscando palabras que guardaran en su fondo un fulgor vital, y aventuré mis escritos cerca de prados oscuros que cultivaba y luego regaba con lágrimas. Extraía diademas y hermosas palabras de esos prados, pero luego - al confrontar la realidad - se enfriaban mis sueños y se ponían duros como granito. Algún aplauso premiaba mis desvelos, porque los hombres se conmueven ante todo lo que les quita palabras de los labios y les facilita el esfuerzo de encontrar sus propias palabras. Así el amor, aprovechando el descuido de mi búsqueda frenética, se adentró hasta mis labios sin que yo lo supiera, igual que ignora el que duerme las desgracias del mundo. Pero el amor no es sino lo que el amor es. No es bueno, no es malo, es. Duele, eleva, hiere, sublima, acaricia, abofetea, besa, escupe, alaba, insulta... es. Quien espere del amor la redención caerá en el desconsuelo más profundo. Quien nada espere del amor, recibirá el regalo insospechado de la paz interior. Yo recibí el golpe más duro. Al tratar de comprender el amor, el amor se me reveló como una caja de pandora enardecida. Lo que creí, no eran sino argumentos. Lo que promoví no fue sino el intento desesperado de autoconvencerme de mi capacidad. Lo que di, no fue sino lo que pensé. Y mal. El amor no se piensa, no se enmarca, no se condiciona, no se vive. Hay que dejar que el amor viva en uno. Pero el tiempo que fue, ya fue. ¡Oh fértil muerte, que en mi suspiro depositas la saliva de tu sed en que renace como un soplo la antigüedad de todos los misterios! De todos los intentos es sólo en ti donde el rastro del amor no queda como una mancha, como un eco oscuro. ¿Cómo el fuego que aniquila la vida puede a veces entreabrir en nosotros ese suspiro en que se escapan las más bellas esperanzas? Duro es el mensaje para el que ama, pues es más lo que destruye su anhelo que lo que construye su emoción.¡Oh muerte! dulce maleficio que te estremece como quien estando entre los dioses no alcanza su serena y espesa naturaleza, o bebe la niebla con dulce ceño y queda trastornado en medio de aquel círculo de fuego que corona las frentes silenciosas.

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