viernes, diciembre 14, 2007

Aquella noche

Aquella noche, sobre las ruinas de mi vida, levanté mis quimeras. Nuevas rosas brotaron de las ruinas silenciosas de mi carne marchita y mis ilusiones yermas.

Aquella noche asomó por levante un nuevo día y temblé mis penas escribiendo, porque adentro, muy hondo, sentí que a partir de aquella noche, la iba a amar para siempre.

Me estuve preparando años para poder encontrarla, mirarla a la cara y con su redención redimirme.

jueves, diciembre 13, 2007

Balada de este payaso

Escribo, sin querer muchas veces, porque si no lo hago, adentro se me atascan las ideas.

Escribo, irremediablemente, como quien come porque necesita comer, como quien bebe porque necesita beber o anda y porque sí; moriría si no escribiese.

Los sofismas universales, las cósmicas y subterráneas leyes dinámicas me rigen, mi canción natural se abre más allá del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la oscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme.

Mi verdad es la tristeza, el corazón que flota en la angustia perfecta, una eximia resonancia unánime.


Los fenómenos convergen a ella y agrandan su sonoridad; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa, conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias.

Mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y abismal; todo se hace poesía en mis huesos. Llanto y nieblas lúgubres, dolor, sólo dolor bebo en los roñosos pechos de mi vida, no tengo hogar y mi ropa es pobre; sin embargo, mis baladas absurdas, inéditas, por la gracia de Dios, se vuelven monumentales, pariendo axiomas desde lo infinito; y su elocuencia errante, fabulosa y terrible, crea mundos e inventa universos continuamente.

En este atardecer me arrodillo junto a una inmensa y gris tristeza: la tristeza habla conmigo en aquel sordo lenguaje ingenuo del amor: hoy, tendido a la sombra de la realidad, he sentido el llanto de los muertos que me invitan a volar; oigo crecer y morir al maldito concepto del tiempo, los viajeros planetas, el sol que se pone al fondo de mis antiguos días lúgubres.

Mis pensamientos hacen sonar la melodía tenue de la soledad; voy caminando después del amor, caminando después de probar la vida, caminando hacia mi ataud.

Las campanas del tiempo repican y me sacan pica; el eco de mis pasos restalla en la eternidad.

Los bordes de mi amor tienen ojos y pies, músculos, alma, sensaciones, pequeñas costumbres modestas, simplisísimas, mínimas, de recién nacido.

Porque mi amor nació ya pasados muchos años desde que nació mi cuerpo y agoniza ahora, envuelto en una pena infinita.

Mi cuerpo se va a quedar solo, cuando mi amor muera de pena, porque no tiene espejo en que reflejar sus ganas. Entonces estaré muerto y caminando.

domingo, diciembre 02, 2007

Epica Histórica de Tristán con sabor a Rohka

Soy el hombre que inventó la tristeza. Hombre antiguo y encorvado, ceñido de muertes tremendas. Hacen mil años que no duermo, cuidando la noche y su equilibrio. Por eso arrastro mi cuerpo encima de las horas guturales del día.

Polvorosa bestia, gran animal crepuscular, voy lloviéndome con mi sonata de triste amor.

Fuertes y estruendosas rebotan las horas infinitas sobre mi carne raída. El señor de los pájaros se sonríe de mis intentos de Ícaro incesante. Mis ansias suicidas son tentaculares. Acostumbrado a dar golpes y recibir golpes, desnudo los sarcasmos propios de un Dios irónico y terrible. Ante la caída del sueño, esculpo colosales estatuas de llanto.

Bailo sobre tumbas usadas una melodía oscura y desdeñada por los años. Tengo deberes para con los muertos y esto es cantar al alba sus pesares. A costa mía, los difuntos bañados en penumbra, tienen dominio terrestre en la tristeza. Cuando los abismales perros del invierno aúllan sus boleros, desde otras vidas, gotean historias breves de vida y de muerte.

Voy como un inquisidor terrenal que se hiciese vendedor de ilusiones; a veces me encuentro con la muerte que me saluda temerosa. Tengo los nervios ungidos de roca y de fuego y las manos cansadas de tanto ir esculpiendo versos. El cansancio existencial me desparrama la cara abatida, y los rumores de la ciudad apagada enloquecen mi locura con la figura estridente de la aurora: mis jeans son del siglo pasado, pero aún caminan dignos y cargados de historias.

Las alforjas de mi voluntad van cargadas de monedas, un niño errante llora debajo de mis palabras desparramadas y un pájaro sin vuelo canta posado en mis manos de tinta y tecla, la vieja canción de una épica tristeza.

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