domingo, diciembre 02, 2007

Epica Histórica de Tristán con sabor a Rohka

Soy el hombre que inventó la tristeza. Hombre antiguo y encorvado, ceñido de muertes tremendas. Hacen mil años que no duermo, cuidando la noche y su equilibrio. Por eso arrastro mi cuerpo encima de las horas guturales del día.

Polvorosa bestia, gran animal crepuscular, voy lloviéndome con mi sonata de triste amor.

Fuertes y estruendosas rebotan las horas infinitas sobre mi carne raída. El señor de los pájaros se sonríe de mis intentos de Ícaro incesante. Mis ansias suicidas son tentaculares. Acostumbrado a dar golpes y recibir golpes, desnudo los sarcasmos propios de un Dios irónico y terrible. Ante la caída del sueño, esculpo colosales estatuas de llanto.

Bailo sobre tumbas usadas una melodía oscura y desdeñada por los años. Tengo deberes para con los muertos y esto es cantar al alba sus pesares. A costa mía, los difuntos bañados en penumbra, tienen dominio terrestre en la tristeza. Cuando los abismales perros del invierno aúllan sus boleros, desde otras vidas, gotean historias breves de vida y de muerte.

Voy como un inquisidor terrenal que se hiciese vendedor de ilusiones; a veces me encuentro con la muerte que me saluda temerosa. Tengo los nervios ungidos de roca y de fuego y las manos cansadas de tanto ir esculpiendo versos. El cansancio existencial me desparrama la cara abatida, y los rumores de la ciudad apagada enloquecen mi locura con la figura estridente de la aurora: mis jeans son del siglo pasado, pero aún caminan dignos y cargados de historias.

Las alforjas de mi voluntad van cargadas de monedas, un niño errante llora debajo de mis palabras desparramadas y un pájaro sin vuelo canta posado en mis manos de tinta y tecla, la vieja canción de una épica tristeza.

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