Anoche la noche me vio desertar. Me abrí a una muerte distinta, a una muerte con domicilio conocido y triste como los ojos de un dios derrotado.
No hubo dramas mayores, fuegos de artificio, ni grandes tramas históricas. Simplemente me hice prescindible para tí. Y el poco ego que me quedaba se asfixió con tu libertad. Y el tiempo se agrandó en cada espacio cuando se detuvo mi corazón mientras tu mirada se iba retorciendo de arrepentimiento por la piel dada y mi alma se iba lejos, lejos, quién sabe cuán lejos.
Después, todo más claro: morí.