domingo, julio 12, 2009

de soledad.

Me quedo en esta ciudad de abismos, solo como la soledad de las amplias llanuras, o de las estepas, o de los desiertos. O como la soledad de todos y cualquier lado.

Por mi frente corre una brisa que arrastra arbustos secos en una crónica de ires y venires interminables.

Solo y sola mi pena y solo mi dolor.

Me dejo morir a veces. Me siento en la orilla de este sendero inanimado, bajo la luz ámbar que irradia el silencio de estas noches de invierno.

Dejo que caiga la frialdad de la partida, queriendo ser susurro en la orilla de los pasos.

He amado, me ha amado: sus ojos enormes de guerra.
He amado, me ha amado: sus manos suaves, sus manos secas.

La vida es el intento exhausto de vivir.

A veces no siento, me transformo en un objeto inanimado.

En mi ser todo está terminado.

Acabé, estoy muerto. Soy sólo un eco de mi mismo.

Surge en mi la fe de los desesperados que mueren.

Dios da sombra a la sequedad de mi tierra maldita.

Me quedaré en este silencio.

Me quedo con los veleros en los puertos silenciosos antes de la tormenta.

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